La paz es un valor y un deber universal. No es únicamente la ausencia de guerra. Se funda en una correcta concepción de la persona humana y requiere la edificación de un orden según la justicia y la caridad.

La paz es fruto de la justicia y peligra cuando a la persona no se le reconoce aquello que le es debido en cuanto persona. Resulta esencial la defensa y promoción de los derechos humanos.

La paz también es fruto del amor. De hecho, tiene más de caridad que de justicia, porque a la justicia corresponde quitar los impedimentos de la paz, pero la paz misma es un acto propio y específico de caridad.

La violencia es un mal, es inaceptable como solución de los problemas, es indigna del ser humano. La violencia es una mentira porque va en contra de la verdad de nuestra fe, de la verdad de nuestra humanidad.

La Iglesia enseña que la promoción de la paz en el mundo es parte integrante de la misión con que la Iglesia prosigue la obra redentora de Cristo sobre la tierra. Además, también dice que una verdadera paz es posible sólo mediante el perdón y la reconciliación, pero que el perdón no debe anular las exigencias de la justicia.