La Iglesia Católica considera el aborto voluntario como un delito abominable que constituye siempre un desorden moral particularmente grave.
Se ha difundido la mentalidad que reduce la generación de la vida a una variable de los proyectos individuales o de los cónyuges. Con particular gratitud, la Iglesia sostiene a las familias que acogen, educan y rodean con su afecto a los hijos diversamente hábiles. En otras palabras, la Iglesia se alegra de que las familias no decidan deshacerse de los hijos que vayan a nacer con alguna dificultad.
Adoptar es el acto de amor de regalar una familia a quien no la tiene. La Iglesia dice que es importante insistir en que la legislación pueda facilitar los trámites de adopción, sobre todo en los casos de hijos no deseados, en orden a prevenir el aborto o el abandono.
Decir que fue un error permitir que un niño viniera al mundo es vergonzoso. ¿Qué hacemos con las solemnes declaraciones de los derechos humanos o los derechos del niño, si luego castigamos a los niños por los errores de los adultos?
No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana, pero también la Iglesia reconoce que en el pasado ha hecho poco esfuerzo en acompañar a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias (como una violación o en un contexto de extrema pobreza, por ejemplo).
La Iglesia se opone abiertamente a lo que muchas personas llaman «muerte digna» o «muerte dulce».
Cuando una sociedad se encamina hacia la negación y la supresión de la vida acaba por no encontrar la motivación y la energía necesarias para esforzarse en el servicio del verdadero bien de las personas. La eutanasia y el suicidio asistido son graves amenazas para las familias de todo el mundo.
La Iglesia siente el deber de ayudar a las familias que cuidan de sus miembros ancianos y enfermos. La muerte voluntaria es tan inaceptable como el homicidio.
El suicidio es, a menudo, un rechazo del amor hacia sí mismo, una negación de la natural aspiración a la vida.
Nada ni nadie puede autorizar la muerte de un ser humano inocente. Ninguna autoridad puede legítimamente imponerlo ni permitirlo. Dice la Iglesia que se trata de una violación de la ley divina, de una ofensa a la dignidad de la persona humana, de un crimen contra la vida, de un atentado contra la humanidad.
El pensamiento de la Iglesia sobre el aborto y la eutanasia no debe considerarse ni arcaico ni desfasado. El respeto a la vida no puede estar condicionado por criterios volubles como la moda o ciertas tendencias temporales.