Las personas formamos parte de lo que se llaman sociedades intermedias, como las familias o las asociaciones. A su vez, las sociedades intermedias se agrupan en sociedades aun mayores, como los Estados.
Todas las sociedades de orden superior (p. ej. el Estado) deben ponerse en una actitud de apoyo, promoción y desarrollo respecto a las menores (p. ej. las familias).
De igual manera, las sociedades más pequeñas tienen que hacer lo que les corresponde según su ámbito de actuación y no exigir una solución a sociedades mayores.
El principio de subsidiaridad dice: «Como no se puede quitar a los individuos y darlo a la comunidad lo que ellos pueden realizar con su propio esfuerzo e industria, así tampoco es justo quitar a las comunidades menores lo que ellas pueden hacer y dárselo a una sociedad mayor».
Ejemplo: Una asociación de familias puede defender el derecho a la educación de los hijos, pero no debe educar a los hijos de las familias que la componen porque eso le corresponde a cada una de ellas.
La subsidiaridad es una forma concreta de vivir la solidaridad, de la cual no se puede separar. De hacerlo, se puede caer en justificaciones economicistas que desvirtúan la Doctrina Social de la Iglesia.