Cada día aumentan las vías de comunicación en tiempo real que permiten una conexión mayor y a más distancia entre los seres humanos. Al mismo tiempo, persisten y se agravan fortísimas desigualdades.
El aumento de la interdependencia entre las personas debe estar acompañado por un crecimiento en el plano ético-social igual de intenso con el fin de evitar dichas desigualdades.
Hay que saber diferenciar la solidaridad desde dos puntos de vista:
- Como principio social. Es un principio ordenador que permite tender hacia la eliminación de las estructuras de pecado que dominan las relaciones entre personas y pueblos. Convierte las estructuras de pecado en estructuras de solidaridad.
- Como virtud moral. No es un sentimiento superficial, sino que es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común.
El término «solidaridad» expresa en síntesis la exigencia de reconocer (en el conjunto de los vínculos que unen a las personas y a los grupos sociales entre sí) el espacio ofrecido a la libertad humana para ocuparse del crecimiento común.
El principio de solidaridad implica que las personas cultiven la conciencia de la deuda que tienen con la sociedad en la cual están insertas. Y es por ello que no se puede desvincular del principio de «subsidiaridad», porque en ese caso la solidaridad se convierte en una cáscara vacía de contenido que nos lleva a sacrificar personas en nombre de un pretendido y falso bien común.