La libertad es un signo de la imagen de Dios y un signo de la dignidad de cada persona humana. La verdad y la justicia son la medida de la libertad, ya que junto a la búsqueda de la verdad hay que poner en práctica una justa relación entre las distintas voluntades humanas.
El valor de la libertad es respetado cuando a cada miembro de la sociedad le es permitido realizar su propia vocación personal.
El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la dignidad de la persona humana, pero hay que tener en cuenta que la libertad no implica la capacidad de hacer cualquier cosa en cualquier momento y lugar, sino que es libertad orientada hacia el Bien (con mayúsculas, como algo universal).
Por tanto, la Iglesia enseña que el Bien es el objetivo de la libertad. Esta no es un ejercicio arbitrario de la propia autonomía personal y cuando se ejerce así se está poniendo en práctica una perspectiva individualista.
Por último, derivado de una libertad orientada hacia el Bien se desprende que esta debe ejercerse como capacidad de rechazar lo que es moralmente negativo.