Jesús rechazó el poder opresivo y despótico de los jefes sobre las naciones y su pretensión de hacerse llamar benefactores, pero jamás rechazó directamente a las autoridades de su tiempo.
La comunidad política no es una invención moderna, sino que es una realidad connatural a las personas y existe para obtener un fin de otra manera inalcanzable: el crecimiento más pleno de cada uno de sus miembros de un grupo, llamados a colaborar entre sí establemente para realizar el bien común.
La persona concreta, la familia o los cuerpos intermedios no están en condiciones de alcanzar por sí mismos su pleno desarrollo; de ahí deriva la necesidad de que existan instituciones políticas.
La Iglesia Católica tiene pleno derecho para hablar de cuestiones políticas porque forma parte de su misión anunciar y comunicar el Evangelio en todo momento y lugar.
No se debe confundir a la Iglesia Católica con la comunidad política porque la primera no está ligada a ningún sistema político. Iglesia y política son independientes y autónomas, pero las dos tienen en común que están al servicio de la vocación personal y social de las personas.
En el sistema actual no parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles o menos dotados puedan abrirse camino en la vida. Sin embargo, el fundamento y fin de la comunidad política es la persona, es decir trabajar ante todo por el reconocimiento y el respeto de su dignidad.
La comunidad política tiende al bien común cuando actúa a favor de la creación de un ambiente humano donde se ofrezca a la ciudadanía la posibilidad del ejercicio real de los derechos humanos y el cumplimiento pleno de sus respectivos deberes.