La Iglesia Católica enseña que el hombre y la mujer tienen la misma dignidad y son de igual valor, no solo porque ambos son imagen de Dios, sino porque el dinamismo de reciprocidad que anima el «nosotros» de la pareja humana es imagen de Dios.
La Iglesia valora el feminismo cuando no pretende la uniformidad ni la negación de la maternidad. La grandeza de la mujer implica todos los derechos que emanan de su dignidad humana. Y también enseña que las capacidades específicamente femeninas le otorgan ciertos deberes, que la sociedad necesita proteger y preservar para bien de toda la humanidad.
La Iglesia reconoce el indispensable aporte de la mujer en la sociedad, pero todavía es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia.
Es un problema si se identifica el sacerdocio de los varones con el poder. Una mujer, María, es más importante que los obispos. Es necesario reconocer el lugar de la mujer allí donde se tomen decisiones importantes en los diversos ámbitos de la Iglesia. Es por ello que la Iglesia insiste en la recuperación del sentido original del «sacerdocio bautismal», de manera que el sacramento del orden no suponga un privilegio piramidal que discrimine a varones y mujeres, sino un servicio horizontal.
La Iglesia Católica afirma que doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos. Insiste, además, en que María es la heredera de la esperanza de «los justos de IsraelK y la primera entre todos los discípulos de Jesucristo. María es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos.