La Doctrina Social de la Iglesia (y con ella la Iglesia misma) no reniega de las ciencias humanas. De hecho, se vale de ellas para actualizar su aportación a cada momento concreto de la historia. Ningún saber es excluido.
Los progresos científicos y tecnológicos son fuente de desarrollo y progreso pero un mal uso de los mismos puede provocar que trabajadores y trabajadoras quedan expuestos al riesgo de explotación por los engranajes de la economía y por la búsqueda desenfrenada de productividad.
La Iglesia no enseña que las conquistas científico-técnicas se opongan al poder de Dios. Al contrario, la Iglesia Católica afirma que las victorias de la persona son signo de la grandeza de Dios y forman parte de su designio.
Dice la Iglesia que, dado que Dios ha juzgado como «buena» la naturaleza creada por sí mismo, la humanidad también goza de los progresos técnicos y económicos que con su inteligencia logra realizar. No obstante, también añade que cualquier aplicación científica y técnica debe tener como referencia el respeto de la persona. Además se debe incorporar una necesaria actitud de respeto hacia las demás criaturas vivientes.
Por otro lado, las biotecnologías deben sujetarse a los criterios de justicia y solidaridad. Se debe trabajar con inteligencia y perseverancia en la búsqueda de las mejores soluciones para los graves y urgentes problemas de la alimentación y de la salud.
Si bien la Iglesia Católica alienta el desarrollo científico y tecnológico, no deja de señalar el peligro que supone el paradigma tecnocrático que presupone que la ciencia y la tecnología, por sí solas, pueden resolver todos los problemas acuciantes de la humanidad.