La Iglesia ve en la persona, en cada persona, la imagen viva de Dios. Esta imagen se encuentra muy profundamente en el misterio de Cristo, Imagen perfecta de Dios. La Iglesia invita a reconocer en todas las personas, cercanas o lejanas, conocidas o desconocidas - y sobre todo en el pobre y en el que sufre - un hermano o hermana por quien murió Cristo.
Toda la vida social es expresión de su inconfundible protagonista: la persona humana. La persona es el sujeto, el fundamento y el fin de la vida social.
Toda la doctrina social de la Iglesia se desarrolla a partir del principio que afirma la inviolable dignidad de la persona humana.
La centralidad de la persona humana y la natural tendencia de las personas a estrechar relaciones entre sí también es el origen para construir una verdadera Comunidad Internacional, cuya organización debe orientarse al
efectivo bien común universal. Así, la persona humana debe tener un papel central en todas las actividades sociales que se desarrollen: la política, la economía, el trabajo, etcétera. Cuando se desplaza a la persona del centro aparecen desviaciones graves: explotación, corrupción, opresión...