La fraternidad se define como una amistad entre quienes son o se tratan como hermanos. La sororidad es lo mismo, pero desde el punto de vista femenino, haciendo referencia al trato entre hermanas.
Son palabras sinónimas e intercambiables y ambas permiten reconocer, valorar y amar a cada persona más allá de la cercanía física, más allá del lugar del universo donde haya nacido o donde se habite.
La Iglesia Católica enseña que hay muchas tendencias del mundo actual que desfavorecen el desarrollo de la fraternidad universal, a saber:
- Reavivar conflictos anacrónicos que nos dividen como especie.
- El deconstruccionismo histórico que pretende hacer creer que el ser humano puede construirlo todo desde cero, dejando únicamente en pie la necesidad de consumir sin límites y la acentuación de muchas formas de individualismos sin contenido.
- Sembrar la desesperanza y suscitar la desconfianza constante, disfrazándolas detrás de la defensa de algunos valores.
- Sacrificar a una parte de la humanidad para favorecer a otra.
- El no reconocimiento, en la práctica, de los Derechos Humanos Universales.
- Aplicar un sesgo en el juicio que se realiza sobre guerras, atentados o persecuciones basándose en criterios oportunistas, según convengan o no a determinados intereses (fundamentalmente económicos).
- Junto a los progresos científico-técnicos, grandes y valiosos, se constata un deterioro de la ética, que condiciona la acción internacional, y un debilitamiento de los valores espirituales y del sentido de responsabilidad. Todo eso contribuye a que se difunda una sensación general de frustración, de soledad y de desesperación.
- La pandemia de Covid-19 despertó durante un tiempo la consciencia de ser una comunidad mundial que navega en una misma barca, donde el mal de uno perjudica a todos. Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa bendita pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos. Pero olvidamos rápidamente las lecciones de la historia. Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta.
- Tanto desde algunos regímenes políticos populistas como desde planteamientos económicos liberales, se sostiene que hay que evitar a toda costa la llegada de personas migrantes. Las migraciones constituirán un elemento determinante del futuro del mundo. Pero hoy están afectadas por una pérdida de ese “sentido de la responsabilidad fraterna”, sobre el que se basa toda sociedad civil.
- Mientras se desarrollan actitudes cerradas e intolerantes que nos clausuran ante los otros, se acortan o desaparecen las distancias hasta el punto de que deja de existir el derecho a la intimidad. Todo se convierte en una especie de espectáculo que puede ser espiado y la vida se expone a un control constante.
- Al mismo tiempo que las personas preservan su aislamiento consumista y cómodo, eligen una vinculación constante y febril. Ello ha permitido que las ideologías pierdan todo pudor. Conviene reconocer que los fanatismos que llevan a destruir a otros son protagonizados también por personas religiosas, sin excluir a los cristianos, que pueden formar parte de redes de violencia verbal a través de internet y de los diversos foros o espacios de intercambio digital.
- La verdadera sabiduría supone el encuentro con la realidad. Pero hoy todo se puede producir, disimular y alterar. Se eligen artificialmente las personas con las que uno decide compartir el mundo. Algunos países exitosos desde el punto de vista económico son presentados como modelos culturales para los países poco desarrollados, en lugar de procurar que cada uno crezca con su estilo propio, para que desarrolle sus capacidades de innovar desde los valores de su cultura.
A pesar de estas sombras densas que no conviene ignorar, la Iglesia Católica insiste en que debe hacerse eco de que Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien. Ella misma no debe olvidar que para alcanzar la Fraternidad/Sororidad Universal, la esperanza resulta fundamental.
La esperanza nos habla de una sed, de una aspiración, de un anhelo de plenitud, de vida lograda, de un querer tocar lo grande, lo que llena el corazón y eleva el espíritu hacia cosas grandes, como la verdad, la bondad y la belleza, la justicia y el amor.
La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna.