Eucaristía y compromiso por la justicia y por la paz

Material de apoyo

El vídeo

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Eucaristía y compromiso por la justicia y por la paz es un vídeo que resume un material con el mismo nombre publicado por el Secretariado Diocesano de Justicia y Paz de la Diócesis de Orihuela-Alicante. Podrás descargar ese documento más abajo en esta misma web o directamente desde la página de la diócesis.

Su realización parte de una petición del equipo de Justicia y Paz de la Diócesis de Orihuela-Alicante, por lo que cuenta con su supervisión y aprobación. No obstante, debe quedar claro que el contenido del vídeo es una interpretación libre del documento que lleva el mismo nombre y, por tanto, no debe darse por hecho que esta forma de expresión (frases y metáforas visuales) es la oficial de la diócesis.

Nada. Lo puedes utilizar sin pagar por ello. No obstante, ten en cuenta lo siguiente: Siempre que puedas, visualiza el vídeo directamente en Youtube. No lo resubas a internet ni lo distribuyas indiscriminadamente. Que no tengas que pagar por él no quiere decir que no cueste esfuerzo hacerlo o que puedas hacer un uso desmedido del mismo. Tenlo en cuenta si quieres contribuir a que existan más materiales como este.

Introducción

La misa es el centro de la vida cristiana. Las personas creyentes participan de la Eucaristía y regresan a sus casas fortalecidas en su relación íntima y personal con Dios. Pero esto no es verdad. O, mejor dicho, es una verdad incompleta, porque la misa no solo tiene que ver con la vida privada de la gente. Hay toda una realidad social ligada al corazón mismo de la Eucaristía, que no es otra cosa que el Memorial de la Última Cena de Jesús de Nazaret.

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Un amanecer urbano. El sol recuerda a una Hostia Consagrada, comunicando que el día de una persona cristiana comienza en Cristo. En primer plano, aparece un campanario repicando, una llamada a participar del encuentro con Jesús.

Un fotograma del vídeo. Lo mismo que describe el texto.

Una mujer en actitud de oración. Aparece sola en pantalla, reforzando la idea transmitida por la voz en off de que la participación en misa es un acto individual.

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Una persona, también sola, aparece agitando la cabeza de un lado a otro. Niega la idea de que la participación eucarística sea un hecho puramente individual.

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Un grupo de personas se reúnen frente a un altar. De fondo, una cruz. Representa la participación en la Eucaristía.

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La escena anterior se modifica acercándose a las personas en pantalla. El movimiento de la cámara muestra que la misa es, en sí misma, un hecho social y no individual.

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La cruz que aparecía anteriormente estaba vacía. Ahora aparece con Jesús crucificado, reflejo de que no se trata de un símbolo sin significado ni de un puro adorno.

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Reunidos en el nombre del Señor

Al comienzo de la misa se escucha “el Señor esté con vosotros”, es decir, “que el Señor esté entre vosotros”, porque la asamblea se ha reunido en su nombre. Toda ella. No escuchamos “el Señor esté solo entre estos de aquí” ni tampoco “el Señor esté con vosotros menos con ese de ahí que es un pecador”. El Señor esté con todos vosotros. Lo que implica que la asamblea de cristianos debe ser un lugar de acogida y encuentro, donde hay cabida para los de siempre y para los nuevos, donde el otro no es un extraño.

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Un grupo de personas reunido en la Eucaristía. Jesús aparece entre las participantes, ofreciendo a cada una un gesto diferente, reflejo de que la relación con Jesús no es algo genérico.

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De esas mismas personas, algunas son oscurecidas, dando a entender que la misa no se celebra solo para un grupo reducido. Nadie es más que nadie entre quienes se reúnen alrededor del altar.

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Un presbítero gesticulando una bienvenida. En segundo plano aparecen flechas que se dirigen hacia él, reforzando la invitación. Las flechas son de varios colores, representando que toda la diversidad humana tiene cabida en la Eucaristía.

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Reconocemos nuestro pecado y el pecado del mundo

A continuación, se reconocen las propias faltas (lo que llamamos los pecados). Porque el seguimiento de Jesús no es perfecto. Y ese momento de reconocimiento interior pone en sintonía con el amor que se va a vivir, el que se quiere potenciar cada día. Las faltas se reconocen en presencia de los demás, de manera pública, admitiendo que no siempre se tiene en cuenta a los preferidos de Jesús, es decir, a los vulnerables e invisibles de este mundo.

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Una persona aparece frente a Jesús crucificado en actitud de reconocer las propias faltas. En ese momento no hay nadie alrededor, el examen de conciencia es particular y privado.

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Un osciloscopio mueve los controles para tratar de ajustar una onda a otra de referencia. Representa el poner el corazón en sintonía con el amor que se quiere vivir cada día.

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Una multitud de rostros ocupa la pantalla. Aunque el escrutinio del propio corazón es privado, el reconocimiento de que se cometen fallos es público, en presencia de la asamblea.

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A la escena del reconocimiento de los pecados se incorpora una persona que sufre. Lleva una corona de espinas como recordatorio de que los sufrientes del mundo son reflejo del propio Jesús.

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Escuchamos la Palabra de Dios

Haber pedido perdón prepara el corazón para la escucha de la Palabra de Dios, que no son otra cosa que fragmentos escogidos de la Biblia. Los textos que se leen suelen interpelar contra la apatía y contra la insolidaridad. De todos los textos, el último siempre pertenece al Evangelio y, en él, los protagonistas suelen ser personas que sufren, un reflejo de las enseñanzas de Jesús. La escucha de la Palabra ayuda a entender nuestra propia actitud y nuestro compromiso personal por el amor y la justicia.

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Un libro abierto del que emergen referencias bíblicas. Se da a entender que las Lecturas de la misa tienen su origen en textos de la Biblia.

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Del mismo libro, surge una flecha. Los textos no son leídos al aire, sino que su contenido se dirige específicamente a aquellas personas que los escuchan.

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La flecha atraviesa a la persona y arrastra su corazón hacia afuera. Cuando la persona se deja tocar por los textos, su mirada hacia el mundo se transforma de manera inesperada.

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Uno de los sufrientes del mundo coronado con espinas. Jesús aparece y señala en su dirección, tal vez preguntando por quién se está haciendo cargo de su situación.

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Todo lo anterior regresa de nuevo a las lecturas bíblicas, de manera que se produzca un movimiento en doble sentido, de la Palabra de Dios al mundo y viceversa.

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Proclamamos el Credo

Después de las lecturas viene el Credo, que es la respuesta individual y comunitaria a la Palabra de Dios. Creer en "Dios Padre" iguala a los seres humanos como hermanos y hermanas. Por otra parte, creer que Jesús se encarnó implica que la persona ha sido elevada al corazón de Dios; así que la muerte en cruz no es por una persona en particular ni por un grupo específico. Por último, el Espíritu Santo penetra toda realidad humana, no solo aquello que coincide con nuestros intereses particulares. El Credo es una oración comunitaria. Toda la asamblea se compromete con las exigencias del Evangelio.

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Aparecen un triángulo, una cruz y una paloma. Son una metáfora visual del Credo. El triángulo representa al Padre. La cruz representa al Hijo. La paloma representa al Espíritu Santo.

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Tres personas en actitud orante. Entre ellas aparece el símbolo matemático de igual para reforzar lo que dice la voz en off acerca de la igualdad entre personas.

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Una persona da un salto y alcanza un corazón que estaba en lo alto. Es la persona elevada al corazón de Dios. Después, la persona permanece en actitud de búsqueda.

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Un grupo de personas reunidas alrededor del altar. Algunas de ellas se oscurecen, dando a entender que la muerte en cruz no es por un grupo en particular, sino por todo el mundo.

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Una paloma vuela. A su paso, el mundo gris y monótono queda coloreado por el soplo del Espíritu Santo, que inunda todas las realidades humanas.

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Se recupera la misma metáfora visual que antes, pero se incorpora a varias personas para dar a entender que el Credo es un compromete socialmente y, además, es rezado de forma pública.

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Pedimos a Dios como comunidad orante

La dimensión social de la misa se prolonga después con las peticiones, con la Oración de los Fieles. La comunidad entera lleva al altar las necesidades del mundo, de la Iglesia, de los presentes y de los ausentes. Se acogen los gozos y esperanzas, los sufrimientos y las angustias de la humanidad. Se reconoce públicamente que existe la necesidad de ayuda para vivir y realizar las exigencias de amor y de justicia, que no se puede hacer en solitario.

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Una persona se dirige hacia el lugar desde el que elevará las peticiones durante la Oración de los Fieles y comienza a hablar.

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Del mundo aparecen distintos emoticonos que engloban diversas emociones humanas. Representan los gozos, esperanzas, sufrimientos y angustias.

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Presentamos las ofrendas

Tras las peticiones vienen las ofrendas, donde cada persona presenta, junto al pan y al vino, su propia vida entregada y derramada por los demás. En los orígenes del cristianismo, este momento estaba dedicado a poner en común lo que cada cuál tenía, a compartir los bienes. Por tanto, la eucaristía es indisociable de la ayuda mutua. Admitimos que la pobreza no solo tiene que ver con causas individuales, sino que también tiene un origen social y estructural. Por eso se necesita que la persona cristiana se comprometa en favor de la justicia y ofrezca ese compromiso en el altar.

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Un cáliz y una patena aparecen alternativamente. A su alrededor, un grupo de personas que ofrecen su vida junto al pan y al vino. Con cada giro, el grupo aumenta. Esa entrega voluntaria congrega junto a Jesús.

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Una bolsa que asciende y desciende representa la comunión de bienes de las iglesias primitivas. Se ponía en común aquello que se tenía, tal como dice la voz en off.

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Hacemos el Memorial de la cena de Jesús

Todo lo anterior nos prepara para el momento central de la misa, la plegaria eucarística, el recuerdo de la última cena de Jesús. Su vida estuvo ligada a las necesidades de su tiempo, a la construcción del Reino de Dios en el aquí y el ahora. Sus predicaciones, sus banquetes y sus gestos tienen un gran componente social. La muerte de Jesús en la cruz sucede en ese contexto y por eso en la plegaria se pide para que la gente tenga entrañas de misericordia y esté disponible para los sufrientes del mundo.

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Un presbítero presenta una forma de pan durante la plegaria eucarística, mostrándola a todas las personas presentes en la misa (que no aparecen en el plano).

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Se representa una escena en la que Jesús (sin corona de espinas) invita a un banquete a dos sufrientes de este mundo (con corona de espinas).

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Una corona de espinas rodea una cruz. En medio de ambas aparece un torrente de corazones. El sacrificio de la cruz lleva al desarrollo de entrañas de misericordia.

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Rezamos el Padrenuestro

A continuación, la comunión no se recibe de manera inmediata. Antes de acudir al altar se reza el Padrenuestro. No el Padremío ni el Padresuyo. El Padrenuestro, que habla de una filiación de hermandad. Al pedir que venga el Reino de Dios, la persona se compromete en favor de la civilización del amor, a amar como Jesús amó. Y al pedir el pan de cada día, no se pide por el propio pan. Danos. A todos. El pan de cada día. Se pide por las necesidades diarias de todas las personas. Es un grito contra el individualismo y la indiferencia.

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Un grupo de personas en misa. Varias de ellas se oscurecen al hablar de los supuestos Padremío y Padresuyo. Es el Padrenuestro.

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Una persona corre mientras sujeta un corazón. A su paso, la realidad queda coloreada a imitación de lo mostrado anteriormente en el caso del Espíritu Santo.

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En un momento determinado, aparece Jesús en escena. Corre por delante de la otra persona, dando a entender que esta lo hace a imitación del propio Cristo.

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Más adelante hace acto de presencia otro grupo de gente. Construir la civilización del amor no es una tarea individual, sino que requiere de la colaboración mutua de los seguidores de Jesús.

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Aparece un sufriente del mundo. Otra persona le observa. Cuando esta decide que esa visión le incomoda, el sufriente queda encerrado tras un muro de ladrillos. Es una metáfora de la indiferencia.

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Nos damos la paz

Antes de recibir el pan de Jesús, todavía falta un paso más. La paz. Ese reino de paz y de justicia te lo deseo a ti. Y a ti. Y a ti. No es una paz interior y privada. Es el deseo de paz a todos los niveles. Para todas las personas. Y eso necesita de la colaboración humana. Vivir la paz y construirla en lo cotidiano son premisas ineludibles en el encuentro con Jesús en la comunión.

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Una persona que trata de alcanzar la Hostia Consagrada recibe un sobresalto porque todavía queda un paso muy importante antes de poder comulgar. La paz.

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El gesto de la paz se representa mediante una serie de personas que pasan el soplo del Espíritu Santo de unas a otras. Cuando ocurre, su existencia queda coloreada.

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Una persona contribuye con la construcción de un corazón gigante, colocando una pieza. Se puede pensar que otra gente ha colocado las piezas restantes.

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Comemos el cuerpo de Jesús

Ahora, después de todo lo anterior, cada persona acude a recibir la Comunión. Esta sí es una experiencia íntima, de tú a tú. Pero no puede quedarse ahí. Participar de la Comunión es un acto de solidaridad que compromete a edificar un mundo basado en la justicia, la libertad y la paz. Se comulga en unión con toda la Iglesia Universal, por tanto, teniendo como horizonte el compromiso de servicio a los más necesitados. No se puede comulgar con Cristo y no comulgar con el hermano y la hermana.

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Un presbítero ofrece la comunión a una persona, que se acerca y la toma.

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Varios rostros aparecen aislados entre sí, dando a entender el momento íntimo que es la comunión.

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Una persona se asoma al mundo, observando la falta de justicia, libertad y paz. Después, arroja su propia contribución.

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La Tierra aparece en un contexto planetario, dando a entender que esto tiene resonancias mayores que las individuales.

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Damos gracias después de la comunión

Habiendo recibido la comunión, llega el momento de dar gracias, que no es lo mismo que desconectar para pensar en los problemas personales. Hay que concretar la entrega de Jesús como invitación a la propia vida, para curar heridas, ofrecer amistad, levantar la esperanza y construir la paz.

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Un grupo de personas que han participado en misa se encuentra en actitud orante. De cada una de ellas emergen diferentes emociones, reflejo de su acción de gracias.

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Tras lo anterior, Jesús se descuelga de la cruz y realiza una invitación directa para salir al mundo y seguirle.

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Nos envían a plantar la paz del Reino en el mundo

Después, la misa termina y se escucha el “podéis ir en paz”, que es un envío a salir al mundo para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad, tender puentes, romper muros y sembrar reconciliación. Se sale al mundo, mirando al mundo, sus desigualdades, la violencia, la soledad, la enfermedad. La mirada de Jesús compromete con el cuidado de los hermanos y hermanas. Por eso, la Eucaristía no es solo un momento de relación íntima y personal con Dios. La misa tiene mucho que ver con la vida y se tiene que notar en el compromiso social de los fieles cristianos, que no se pueden desentender de la participación social.

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Un presbítero realiza el gesto de la bendición final e indica con el dedo índice en una dirección, dando a entender que, concluida la misa, hay que salir al mundo a continuar con el seguimiento de Jesús.

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Una persona que responde a ese llamado se lanza para proteger la caída de una columna que sostiene un corazón. Trata de no desfallecer y se esfuerza por levantar de nuevo la columna.

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Finalmente, esa persona consigue enderezar la columna. Representa el compromiso personal por la justicia y por la paz. Cuando esto se produce y se lleva a cabo, el corazón brilla con más intensidad que antes de caer.

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